Han pasado ya diez largos años
desde que egresé del colegio, con el transcurrir del tiempo he cambiado mi
forma de ser, al menos no me podrí tanto como otros amigos míos que hoy los veo
inmersos en problemas relacionados al consumo-venta de drogas y otras inconductas, tengo algunos
vicios pero no son fatales: unas cuantas copas de ron mientras me vacilo en el
karaoke, un par de chelas en la cebichería y una copa de vino tinto al terminar
el almuerzo (contra la hipercolesterolemia).
Otro vicio mio es mi adicción por
la lectura, quizá estoy en clase de una materia cualquiera pero yo leo y releo
sobre otro tema muy ajeno al de la clase, o tal vez esté en una reunión con mis
amigos y mientras ellos conversan sandez y media, yo me divierto de lo lindo
leyendo a un más que soberbio Chato Hildebrandt, o a un aburridísimo Vargas
Llosa en el diario La República.
Una década ya que abandoné tan
dulce plantel, tantos recuerdos de vivencias idas, tanta ternura al proyectar
mi mente tan vagos recuerdos, con qué cariño recuerdo a todos; pero la vida es
así, mientras transcurren los días nuevas metas hay en mente, nuevos desafíos y
otros tiempos.
Ahora me quemo las pestañas
estudiando, tratando de resarcir la pérdida de tiempo que me ha causado mi
mundana vida en Trujillo, ciudad donde viví poco más de 8 años y de la cual
heredé solo borracheras y noches con mujeres de la vida alegre. Ahora todo es
diferente, ya no soy aquel chiquillo ingenuo que se dedicaba día y noche a los
videojuegos y al billar, ya no soy el mismo niño que se esmeraba tanto por
aprender a nadar, hoy soy un joven muy bien hablado a consecuencia de interminables noches de
lectura, a veces converso con personas de distintas profesiones y se asombran
pues les converso sobre temas que no se imaginaban que yo pueda conocer.
Actualmente vivo en mi amada
Bambamarca, únicamente en este lugar soy feliz, no hay lugar en el mundo donde
me sienta tan a gusto, prefiero radicar acá, a veces escucho el famoso dicho:
Nadie es profeta en su tierra; pero yo quiero hacer patria en este pedacito de
cielo denominado Pencaspampa. Pero he
notado cierto cambio en mi tierra, antes se vivía tranquilamente, no había
peligro alguno en las calles, los niños jugaban en cualquier barrio sin temor a
que les atropelle vehículo alguno, las noches eran tranquilas libres del
bullicio que causan hoy los antros de perdición.